Cada uno de nosotros, después del pecado de Adán y Eva, nos encontramos debajo de este árbol. Creemos que podemos discernir entre lo que está bien y lo que está mal. Actuamos como Dios. Hasta nos atrevemos a juzgar a Dios. Decimos “ Porque Dios permite el sufrimiento? No lo debería hacer!” Juzgamos a la propia justicia asegurando saber y amar mejor que Dios.
Y quedamos atrapados con esta disposición, incapaces de liberarnos del pecado. Por la soberbia y por la desobediencia acabamos desnudos, vulnerables e ignorantes.
Solamente el sacrificio de Jesús en el árbol de la vida nos podrá liberar. Solamente con humildad, obediencia y sometiéndonos, encontraremos el más grande gozo en nuestro propósito para lo que fuimos creados; Adorar a Dios. Solo al adorar a Dios podremos saber lo que es verdaderamente bueno y verdaderamente malo. En el Reino de Dios no habrá este tipo de preguntas.